Buscaba la boca donde posarse. Cansada de reír y llorar, de hablar y callar, ansiaba un lugar donde poder descansar. Ni siquiera el aire que la atravesaba conseguía calmarla, ni a la entrada, ni a la salida, tan sólo enfriaba su ánimo el tiempo suficiente, para olvidar la calor que desprendían los labios, ávidos, de no sabían que.
Anhelaba la cara un roce, una caricia, un leve suspiro. Necesitaba un sentimiento de cariño, una muestra de afecto, la señal inequívoca de que importaba a alguien. Pedía a gritos que la salvaran de aquella ausencia, de la soledad de felicidad y el vacío de algo, que no sabría describir.
La cara llamó a gritos a la boca, intentando que ésta, le diera una explicación a su necesidad. Los labios amagaron con respuestas que no calmaron la sed, y la boca intentó en vano bajar hasta la cara y demostrarle de lo que era capaz. Misión imposible cuando convives tan cerca, la una de la otra. Su mundo se vino abajo, y cuando ya lo daban todo por pedido, vieron a sus semejantes en otros cuerpos y descubrieron, que si se acercaban lo suficiente, alcanzaban los labios de uno a la cara del otro. Fue un instante mágico. Los unos apaciguaron la necesidad de los otros, dejando con aquel roce constancia, del cariño que se tenían, haciendo el uno por el otro, lo que ellos mismos deseaban. Así nacieron los besos, entre necesidades y cariño, despertando la envidia de las demás partes del cuerpo, que decidieron hacer un hueco para todos esos besos que habrían de llegar…