Se fue rellenando el grupo, poco a poco, y con un poco de retraso, estuvimos completos. La mayoría conocidas y algunos nuevos extraños, unidos por la amistad entre unos y otros, que trenza una reunión en la que estuvieron ausentes las catanas, o eso creo… Fue la Musaka denominador común aunque no el único y tras unos escasos postres, pasamos al café y sus posos, esos que nos habrían de mostrar un poco, tanto del pasado como del presente, pero sobre todo del futuro, deseando con ahínco que fuera como nosotros queríamos. Y así, tras apurar el café, dimos la vuelta a la taza, dejando que el destino escurriera por sus bordes, y sujetamos la taza contra el plato, para que no se escapara. Y esperamos, cargados de paciencia y algunos de incredulidad, hasta que llegase el que sabe de secretos, aquel que da significado a los posos. Un hombre arqueado por los años y por el peso de conocer el destino de todos los que pasan por allí. Y lentamente, como el que sabe que la gente va esperar lo que sea necesario por escucharle desentrañar sus secretos, se sentó en una silla, y uno a uno, fue levantado las tazas, y con voz pausada, llena de sabiduría, la que da toda una vida haciendo lo mismo, nos leyó, nos instruyó. Hablaba, creando un momento mágico que respetamos con un silencio ensordecedor. Su boca nos enseñó que podría ocurrir y sus dedos torcidos por la artrosis y la fuerza de los posos, nos daban la explicación de aquellos porqués. Nos despedimos, algo menos extraños todos, sabiendo cada cual, que parte de verdad encerró todo aquello que nos contaron…