Da igual dónde vaya porque siempre están ahí. En los cajones apostados, en las estanterías recostados, en las paredes levitando. Aparecen sin avisar, así, de repente, y te encabritan. Tus cosas, aquí y allá, esperando el momento de aparecer, como por arte de magia, sacando tu recuerdo de las chistera, y atados por lazos invisibles, todos los sentimientos que acarrea. Y no son pocos, porque tampoco son pocas las cosas que han ido buscando acomodo aquí. Ropa, zapatos, cremas y colonia, y todos esos potingues con las que las mujeres soléis disfrazar vuestra cara. Puede sonar raro, pero aunque la distancia sea grande, tus pertenencias esparcidas por la casa, me unen más a ti. Y es que la ausencia y la soledad, no se mide en kilómetros. A veces bastan unos centímetros para describir un abismo. Y aunque mi olor no llegue esta noche hasta ti, te aseguro que me tienes muy cerca. Así que, últimamente, me asusta abrir cajones, destapar el armario o rebuscar en el zapatero, porque siempre apareces tú, y ya está bien, joder, que me pillas a traición…