Vestías gafas más grandes que tú, y ya caminábamos juntos. No fue sólo la niñez lo que nos unió, sino la vida que llevamos compartida. Mil historias a nuestras espaldas, unas contadas y otras que seguirán en nuestra lista de secretos hasta el final. Recuerdos con aroma de felicidad que despiertan sonrisas, momentos inolvidables que arrancan sentimientos, la mayoría buenos, aunque alguno malo se cuela, porque hemos tenido tiempo para todos. Y en todos, hemos estado juntos. Desahogos vestidos de confesiones, llamadas madrugadoras para recordarnos que siempre estamos ahí. Consejos para hacer lo que nos de la gana, aunque sabemos que siempre nos hacemos caso. En fin, la verdadera amistad.
Has sido niño, adolescente, como todos nosotros. Ahora eres padre, marido, hijo, hermano, jefe. Eres claro, sincero, duro cuando toca, e intenso, (más que yo). Pero eres sobre todo, generoso y bueno. Y a la vista está a la gente que consigues reunir cumpleaños tras cumpleaños. Ya vas por 45, y yo te sigo viendo con aquellas gafas. No has perdido las ganas de vivir, esa fortaleza que consigue que las noches interminables no te derroten, que el sueño no te venza, y que alargues los días como nadie lo hace. Arde en tu interior un alma de fiesta y un corazón de lava que prende todo cuánto toca, llenando de felicidad a los que estamos cerca de ti. Puedes sentirte orgulloso de lo que has conseguido, aunque el verdadero orgullo, es tenerte a nuestro lado.
Felicidades, hermanico.
Por toda una vida juntos.