Quiso el verano un año más que Somontín nos acogiera. Una plaza engalanada nos recibió, y aunque apenas había gente por sus calles, olía a fiesta. A dos pasos nos alojamos, a otros dos, la piscina, y a otros tantos la panadería. Puntos formando el triángulo vital de nuestros días allí, con centro en la plaza. Nos reencontramos con su gente, con los somontineros, que como ocurrió el pasado año, nos recibieron con un gran abrazo y una cálida sonrisa. Vuelven unos sobre sus pasos al pueblo que los vivió nacer y crecer, recordando sus raíces y manteniendo viva la llama de sus tradiciones; otros siguen allí, sosteniendo con vida a un Somontín despoblado en invierno y tan poblado en verano. ¿A quién no le gusta su casa?. Nos reunimos todos, alrededor de una mesa, cerveza en mano, o vino, o quizás ambas cosas, contando historias de tiempos pasados que creemos mejores, dejando escapar las palabras entre el hechizo del alcohol. Doblamos palmas al son de canciones, de cuyo nombre no quiero acordarme. Doblamos también los días, uniéndolos con las noches, acumulando cansancio y ratos inolvidables, bailando bajo una luna que no dejaban de observarnos, envidiosa de nuestra felicidad. Descendimos a la panadería, y su olor me transportó a un pasado que ahora saboreo con el cariño que deja el paso del tiempo a esas partes de tu vida que vas dejando atrás. Y sí, compartimos, entre todos. Los de allí y los que no somos de allí. Porque nos han acogido como a uno más, con la sencillez y el cariño, que solo la buena gente sabe dar. Bebimos, reímos, bailamos y fuimos felices, en este ahora de nuestras vidas que mañana será pasado, y que recordaremos en el futuro, creyendo otra vez, que cualquier tiempo pasado fue mejor. Yo me quedo el presente vivido y con toda esa gente que me hace querer volver otra vez más a Somontín. Ahora miro la luna desde mi ventana y recuerdo esa plaza y todos vosotros, y no puedo evitar sonreír…
Gracias por regalarme tiempo de felicidad.