Y llegó sin avisar, sin transición y saltándose todos los puentes. Se enfrió el sol, más por su oblicuidad que por lejanía, porque en realidad, está más cerca, y ha traído con él, aires de cambio, incluida la lluvia, que convierte el suelo en espejos, y arranca las ya débiles hojas de los árboles, cubriendo ese cristal de agua, para que no podamos romperlo. Tarea inútil, porque nuestros pasos convierten los reflejos en finitos, para una estación que tiñe de declive un estío ya extinto. Llega el turno de los días grises y ventosos, que arrastran con ellos la pesadez y su adherida tristeza, pintando melancolías en nuestros ojos, mientras tratan de buscar respuestas tardías, a decisiones consumadas. Nunca fue tan tarde como hoy. Todo se vuelve eco, envuelto en nubes constantes, que acortan nuestro cielo y amortiguan el sonido y la felicidad. Como si ser feliz no tuviera cabida en esta estación. Por eso sufren los poetas y por eso se rasgan el alma. Tratan de iluminar con palabras y de colorear con sus letras, el aburrido marrón del Otoño.