Abandonar tu casa, buscando un futuro mejor, no es rendirse. No cesa el mar de escupir personas, gentes que huyen de la guerra, de la pobreza, de la esclavitud, o de algún dictador bastante maduro, que esconde tras la bandera de su país, la putrefacción que desprende. Gentes que dejan atrás unas raíces, una familia, una historia, y se embarcan con lo poco que tienen, a lomos de la suerte, bajo el manto de la incertidumbre, de si sobrevivirán otro día más, y tratando de averiguar si las promesas, como los sueños, se cumplen. Unos más legales que otros, con o sin papeles, pero todos, personas que necesitan ayuda para sobrevivir. Se enredan entonces los gobiernos en discusiones estériles, tratando de medir la ayuda que deben prestar, como si esta fuera una opción. Comienzan entonces las comparaciones, entre los de aquí y los de allá, entre prestar ayuda antes a los “paisanos» que a los extranjeros, en pensar que si no tenemos para nosotros, como vamos a darles a ellos. Hay una respuesta simple para todo esto. Se ayuda a quién lo necesita. Lo demás, se llama egoísmo. Y si te da por pensar que no ayudas porque no tienes, ponte en su lugar, e intenta imaginar, porque alguien abandona su tierra, y lo deja todo atrás, poniendo en peligro su vida y la de los suyos. No es un capricho, sólo tratan de sobrevivir, y de buscar un hogar.
A todos los que ayudan en silencio. Gracias a vosotros, muchos viven.